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Procede de las Colecciones Reales, donde se
describe ya en 1666, emparejado con un San Jerónimo del mismo tamaño. Estaba
entonces en la alcoba en que había muerto Felipe III, y allí continuaba en 1686 y 1700.Salvado del incendio de 1734, pasó luego al Palacio
Nuevo, donde se lo recoge en 1794, siempre con su pareja. Allí estaba en 1814 y en 1819
pasó al Prado.
Obra de reconocida calidad, cuya autenticidad no
se ha puesto nunca en duda, resulta sin embargo de datación controvertida. Tormo la
situó en un momento próximo a
1630-1631, viendo en él sin duda evidentes recuerdos del caravaggismo aún presente en
obras de esos años. Trapier la sitúa también hacia los años 1630-1632, y supone que su
composición puede derivar de un dibujo de Guercino de 1624, que grabó en 1630 Giovanni
Battista Pascualini, y cuya relación con el lienzo es sólo aquella a la que obliga la
común iconografía.
Spinosa, sin embargo, considera que la fecha más
verosímil debe de ser bastante más tardía, situándola hacia 1636-1638, advirtiendo en
la técnica un pictoricismo más refinado y fluido, en relación con las obras seguras de
esas fechas, especialmente con la Piedad de San Martino (1637), cuyos angelitos
gordezuelos son, desde luego, hermanos del que aquí aparece. Es posible, pues, que la
fecha sea efectivamente más tardía de la que los textos tradicionales establecían, y
que haya que verlo en relación con otros lienzos franciscanos, tales como los San
Antonio de la Academia y de El Escorial con los que presenta estrecha relación el
modo de presentar el hábito de estameña y el modelo del ángel niño.
Lo representado es un episodio de la leyenda del
santo de Asís, que recoge E. Male de la Historia seráfica del P. Salvatore
Vitale (Milán, 1645) y que fue especialmente repetido durante el siglo XVII, como
expresión de la rigurosa perfección a que debía aspirar quien desease ser sacerdote.
Dudando San Francisco si debía o no ordenarse
sacerdote, como había deseado alguna vez, y creyéndose indigno de tal honor, se le
apareció un ángel que llevaba en sus manos una redoma de cristal llena de agua
transparente, que le dijo: «Mira, Francisco, el que desee consagrar el Cuerpo y la Sangre
de Cristo ha de ser tan puro como esto». San Francisco en su humildad pensó que nunca
habría de llegar a tal perfección y renunció definitivamente al sacerdocio.
[A. E. P. S.] |