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Es esta una de las composiciones más
singulares y sorprendentes del autor. Su argumento, aún no claramente interpretado, se ha
supuesto que responde a un hecho famoso y seguramente comentado con frecuencia en el medio
nobiliario napolitano. En 1552, y en presencia del Virrey Marqués del Vasto, dos damas
napolitanas, Isabella de Carazi y Diambra de Petinella, combatieron en duelo por el amor
de un joven, Fabio de Zeresola. El singular episodio se inscribe sin dificultad en el
mundo tardo caballeresco que vio nacer los grandes poemas manieristas. Un lienzo del
Prado (Catálogo n.° 472), considerado también como italiano y muy próximo a
Andrea Vaccaro, representa el mismo asunto y quizás se refiere a la misma fuente
literaria.Ribera ha interpretado el relato
con un cierto sentido heroico, trayendo a primer término las figuras de tamaño natural
de las dos mujeres, tratadas con un rotundo volumen, a la vez que los espectadores del
segundo término están tratados con un sentido muy pictórico, casi al modo veneciano. Se
ha evocado también, a su respecto, la manera de disponerse las figuras en los relieves
romanos tardíos, con idéntica diferencia de tratamiento entre las figuras corpóreas,
del primer término, y los rostros apenas esbozados de los fondos. Es éste un modo de
concebir la composición análoga a otras obras de los mismos años, como el soberbio Martirio
de San Felipe
(Cat. 94).
Sobre su sentido, se han emitido recientemente
opiniones sugerentes, que pretenden ver en el lienzo una representación del combate entre
el vicio y la virtud, tal como se sugiere en determinadas fuentes literarias clásicas
(lsabel Mateo, en Boletín del Museo del Prado, en prensa).
El cuadro es, sin duda, una de las obras maestras
de estos años cruciales en la evolución de su estilo. La belleza del color cálido,
especialmente los tonos dorados de las vestiduras de la mujer en pie, hacen evidente la
meditación sobre los motivos venecianos, a la vez que se afirma tanto su gusto por la
composición severamente monumental, como su tributo a un cierto clasicismo connatural en
toda su producción, evidente en la serena belleza de las mujeres y especialmente en el
severo perfil de una de ellas. Se han evocado al respecto los relieves clásicos de las
luchas de las Amazonas, que seguramente tendría Ribera en mente al interpreter tan
extraño asunto.
El cuadro se recoge en los inventarios del
Alcázar de Madrid, en el siglo XVII desde 1666. Salvado del incendio de 1734, con muchos
daños, se inventaría luego en el Palacio Nuevo, en 1772 (donde Ponz lo considera sólo
como «del estilo de Ribera») y pasó al Prado desde su fundación. Muy alteradas las
viejas restauraciones, se ha procedido ahora a una profunda restauración que ha permitido
recuperar mucho de la belleza de su color primitivo, aunque lamentablemente es obra que ha
de considerarse como gravemente dañada.
[A. E. P. S.] |