|
El personaje retratado es D. Juan José de
Austria, hijo natural de Felipe IV y de la comedianta María Calderón, nacido en 1629 y
reconocido públicamente por su padre en 1642, dándole título de Infante. A los 18 años
fue nombrado general de las tropas españolas y se le encargó la represión de la
revolución napolitana de Masaniello de 1647. Llegado a Nápoles en octubre de 1647, al
mando de la armada que reunía 46 navíos, permaneció varios meses en el puerto, entrando
por fin en la ciudad en febrero en 1648, reprimiendo duramente a los rebeldes y
restableció la autoridad española. Nombrado Virrey el Conde de Oñate, D.Juan partió
para Sicilia en septiembre de 1648. Entre esas dos últimas fechas ha de situarse la
realización de este gran retrato de aparato, que presenta al Infante en forma de general
vencedor, sobre un fogoso caballo blanco agrisado en actitud de corbeta vestido de
armadura, con un gran sombrero de ricas plumas rojas y con el bastón de mando en la mano
derecha.El fondo presenta una vista un
tanto fantaseada del golfo de Nápoles, sin que se dibuje la ciudad sino un sólido
castillo sobre una eminencia, recuerdo seguramente del Castel Sant'Elmo.
Se ha señalado repetidas veces la relación
entre este retrato y los también ecuestres, pintados por Velázquez para el Salón de
Reinos del Palacio del Buen Retiro, hoy en el Prado. No es imposible que Ribera hubiese
conocido alguna copia de las composiciones velazqueñas, de las que se hicieron versiones
de tamaño reducido desde fecha temprana. Pero es más sencillo pensar en una fuente
común, sin duda un grabado flamenco, utilizada por ambos artistas.
El tipo de caballo, de silueta ancha y un tanto
pesada es, sin embargo, típicamente español, y el paisaje resulta idéntico en su
carácter y tratamiento a los pintados por el propio Ribera en los hermosos lienzos de la
colección de los Duques de Alba (Cats. 98 y 99). El rostro del Infante
es sin duda alguna retrato muy fiel. Se corresponde bien con la descripción que de él ha
dejado la Marquesa de Matteville, dama de honor de Ana de Austria: «El príncipe nos
pareció de baja estatura pero bien formado, tenía un rostro agradable, cabellos negros y
ojos azules llenos de fuego, sus manos eran bellas y su fisonomía inteligente». Como es
sabido, Ribera hubo de tener contacto con el Príncipe tan pronto como éste desembarcase
para instalarse en el Palacio Real. El episodio de la seducción por parte del Infante de
una muchacha de la casa del pintor, llamada al parecer María Rosa, está confirmado por
infinidad de testimonios contemporáneos, aunque sin duda no se trató de su hija sino
seguramente de una sobrina, hija de su hermano Juan, que vivió siempre a su lado.
Además del retrato pintado, Ribera realizó un
grabado de extraordinaria calidad, que coincide casi literalmente con el lienzo en la
figura del Infante, pero que resenta como fondo una vista de carácter casi topográfico
del golfo y la ciudad de Nápoles, perfectamente reconocible, incluso en detalles.
El grabado está firmado en 1648, y se conocen
dos estados de la plancha. Uno presenta, como el lienzo, al joven general con el rostro
imberbe. El segundo, que ha sido más trabajado en las sombras, tanto en el cielo como en
la ciudad, presenta a D. Juan con bigotes y ligera mosca.
El lienzo debió de llevarse pronto a Madrid.
Aparece en los inventarios del Alcázar de 1686 y 1700, compañero de dos retratos
ecuestres «por acabar» de Velázquez, de los que nada se sabe después. Se le pierde la
pista durante el siglo XVIII en el que por alguna causa que desconocemos, salió de las
Colecciones Reales, hasta que en 1848 reaparece entre los lienzos adquiridos al Marqués
de Salamanca por Isabel II. Desde entonces ha conocido diversos emplazamientos en los
palacios de la corona española. Estuvo muchos años en el Palacio del Pardo y luego en la
Armería Real de Madrid, hasta que, después de su restauración en 1964, pasó al Palacio
Real, donde se conserva.
La dificultad de su estudio y su mal estado de
conservación determinaron el desdén con que fue tratado hasta 1964. Tanto Mayer como
Trapier, lo consideraron copia de un original perdido. Después de su restauración, fue
el Marqués de Lozoya quien lo dio a conocer como original indudable, y así se reconoce
unánimemente en la actualidad.
[A. E. P. S.] |