Santiago el Mayor
Nº de catálogo:
34

Compañero del San Roque (Cat. 33), se describe siempre en El Escorial desde que fue instalado en 1657, por Velázquez, en el Capítulo Prioral, hasta que pasó al Prado en 1837. La fecha del lienzo ha sido leída de varios modos: «1631» (Mayer), «1651» (Trapier, Felton) y «1637» (Tormo). Aceptamos la lectura 1631, que parece convenir bien al carácter de la imagen, que hermana sin dificultad con el San Roque que la acompañó siempre. Debe advertirse, sin embargo, que el fondo sobre el cual destaca la figura del Santo es menos tenebrista que el de su presunto compañero, y que la cabeza, especialmente los ojos, como observa Felton, están resueltos de modo análogo a los de la Asunción de la Magdalena de la Academia, obra de 1636 (Cat. 69).

La sugerencia de J. Brown (1984, p. 148) de que se trate no de un Santiago, sino de San Alejo, basada sin duda en la acusada presencia de la escalera, atributo de este santo, creo que se apoya en un equívoco, pues la escalera de San Alejo habría de ser de otra estructura, ya que fue debajo de ella, donde halló refugio el santo y, por otra parte, el lienzo desde su instalación en El Escorial en 1657, ha sido siempre identificado como Santiago. Como tal lo menciona expresamente Cosme de Médicis en su Viaje (Ed. de M. Sánchez Rivero, Madrid, 1935, p. 129, nota 1), y el Padre Santos dedica incluso un extenso párrafo a su iconografía.

Por otra parte, no hay testimonio alguno de especial devoción a San Alejo en la corte española, y la ausencia de la concha de peregrino no es razón suficiente para dudar de la iconografía, aceptada por sus contemporáneos. Las palabras del Padre Santos son muy expresivas: «Está vestido el Santo de ropas largas, pardas y llanas, sin aquellos colores que de ordinario ponen los pintores en las vestiduras para que atraigan más el gusto. En muchas obras he visto que usa de esta llaneza de vestiduras el autor y le sale muy bien, y aquí no parece mal, porque se representa el Santo Apóstol, a la manera que andaría vestido cuando en España, introduciendo la luz de la Fe, desterró las tinieblas de la ignorancia, fecundando altamente las Riveras del celebrado Hebro, con la semilla de la palabra y verdad de Dios».

Ponz también se refiere a él llamándole «de grandísima fuerza, espíritu y verdad».                                                
                                                                            [A E. P. S.]


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