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Procede de las Colecciones Reales, donde se
recoge en el Inventario del Alcázar de Madrid de 1666, en la Alcoba de la Galería del
Mediodía, donde murió Felipe III. Allí continuaba en 1686 y en 1700. Se salvó del
incendio de 1734.El inventario de 1747
recoge, junto a ella, otra «del mismo tamaño y asunto», que se identifica luego con
precisión en el Palacio Nuevo, en 1772 y 1794, como copia.
En 1772 el original, es decir, este cuadro, se
hallaba en el Paso de Tribuna y trascuartos, y la copia en la Antecámara del Infante D.
Gabriel.
En 1794 el original estaba en la pieza de vestir,
tasado en 2.000 reales, mientras la copia, valorada en sólo 600, estaba en el Cuarto del
Infante D. Antonio.
En el Palacio Nuevo la vieron Ponz y Ceán
que no mencionan la copia y pasó al Prado en su fundación en 1819. Es obra
muy bella y personal, que ha sido restaurada en esta ocasión recuperando mucho de su
esplendor original. Debe de fecharse en los últimos años de la década de los treinta,
cuando, aunque se mantenga un fuerte tono tenebrista, la delicadeza de la luz de tonalidad
plateada hace vibrar con prodigiosa vivacidad los cabellos dorados y los pormenores de
naturaleza muerta.
La iconografía de la Santa, meditando con las
manos cruzadas sobre la calavera, es un motivo presente en obras del círculo
caravaggesco.
El Prado conserva una obra (n.° 325) seguramente
francesa, del círculo de Bigot, de análoga composición, que se ha considerado
recientemente obra napolitana de estilo afín a Carlo Sellito (F. Bologna en Catálogo
Battistello Caracciolo, Nápoles, 1991, p. 267, n.° 2.11). Otro ejemplar de
composición semejante se guarda en el Museo de Capodimonte atribuido a Vaccaro, G. M.
Arciero, Carlo Sellito y Filippo Vitale (F. Bologna, ob. cit., n.° 2.12). En
cualquier caso acredita la presencia de este modelo iconográfico en el mundo napolitano.
Ribera lo interpreta con contenida emoción. La
santa, sumida en sus meditaciones, dirige hacia el espectador unos ojos enrojecidos por el
llanto que, contra lo que a veces se ha dicho, no son una invitación a «introducirlo en
su mundo de plegaria y penitencia», sino la expresión ausente de su profundo y
silencioso desconsuelo interior.
La obra, delicadísima de tonos y exquisita en su
tratamiento pictórico, es, sin duda alguna, enteramente de su mano, sin participación
alguna de taller, contra lo que, a veces, se ha supuesto.
[A. E. P. S.] |