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Adquirido como obra de Murillo, para Isabel
de Farnesio con su compañero, la Liberación de San Pedro (Cat. 96),
este hermoso lienzo es, sin duda, una de las más nobles y poéticas obras de Ribera, a la
vez que una de sus composiciones más sólidas y monumentales, como ya se advirtió en el
Inventario de Aranjuez en 1794.Lo
representado es el episodio del Génesis (28;11-22) que relata el sueño o visión celeste
del patriarca Jacob, cuando yendo a Jarán, vio en sueños una escala celestial por la que
subían y bajaban ángeles. El tema ha sido interpretado múltiples veces a través de los
siglos, dotándolo de intenciones simbólicas o metafóricas, viendo en él un símbolo de
la «Escalera de la Virtud», que conduce hacia Dios, a través del continuado
perfeccionamiento espiritual, tal como hace San Juan Clímacos, o de la «Escala
Humilitas» de San Benito.
En el mundo barroco son frecuentes las
representaciones en las que la escala se representa con toda su corporeidad,
convirtiéndola en el elemento plástico más importante de la composición. Ribera, sin
embargo, prefiere insistir en el aspecto, humano y naturalista, del cuerpo del pastor
sumido en profundo sueño, derribado físicamente sobre una roca, y la escala queda apenas
sugerida dentro de un bellísimo trazo luminoso fundido en el celaje dorado, en el que se
disuelven unas delicadas figuras de ángeles, casi sin materia, resueltas con unos ligeros
trazos de pincel casi del mismo color que el fondo.
La mayor originalidad del pintor consiste
precisamente en ese convertir la visión en algo apenas sugerido, frente a la robusta
materialidad de la figura tendida, cuya poderosa masa se subraya aún más con el volumen
rotundo del tronco de árbol casi tendido también, prolongando y subrayando la insistida
horizontalidad de la composición.
La limpieza realizada en ocasión de esta
exposición, ha puesto en valor la belleza del color del cielo, que llena más de la mitad
de la composición, con una brillantez luminosa insólita hasta ahora, y que explica, por
su limpidez y transparencia, la atribución a Murillo del lienzo en el siglo XVIII, cuando
la imagen de Ribera era sin duda la transmitida por Palomino, que lo definía
deleitándose «no en pintar cosas dulces y devotas», sino «en expresar cosas horrendas
y ásperas».
El sereno lirismo del lienzo, basta por sí solo
para subrayar lo erróneo de esa imagen del artista, viva aún en nuestros días.
Aunque Markus Burke ha supuesto que este lienzo y
su compañero eran los que en 1669 pertenecían al Duque de Medina de las Torres, no puede
aceptarse la identificación, pues los lienzos que pertenecieron al Duque son los que hoy
se conservan en El Escorial (Cats. 100 y 101). Es muy probable que este lienzo y
su compañero sean los que figuran en el Inventario de la colección que D. Jerónimo de
la Torre constituyó en Mayorazgo, y tras haber pasado por la posesión de su hija María
Francisca de la Torre en 1694, pusieron a la venta los patronos de su fundación en 1718
(J. Artiles, 1928, p. 84). Las tasaciones de Ardemans y de Palomino los describen con
precisión, valorados en cifras muy elevadas, así como a los otros lienzos de santos que
también pasaron, años más tarde, a la colección real (Cats. 102-105).
Lo único sorprendente es el cambio de
atribución de Ribera a Murillo. Seguramente, para venderlos a Isabel de Farnesio, cuya
admiración y estima por el pintor sevillano era conocida de todos, se propuso la nueva
atribución, más atractiva en el momento y nada inverosímil en este lienzo, dada su
luminosa y serena transparencia.
[A. E. P. S.] |