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Este lienzo, firmado y fechado con toda
claridad, es un ejemplo soberbio de la técnica del maestro en los últimos años de su
vida, mostrando cómo ciertos temas vuelven a ser tratados con una atmósfera que puede
ser llamada tenebrista, pero que, en la técnica, presentan toda la libertad y el
pictoricismo extremo que muestran las obras «luminosas» de su último período.A lo largo de su carrera, San Jerónimo ha sido
representado en muchas ocasiones por el pintor. Ésta es seguramente la última imagen del
santo por él pintada, y probablemente también la más sobria e intensa, eliminando casi
por entero los accesorios habituates (libros, calavera, león, capelo cardenalicio, etc.)
y concentrando todo el valor expresivo en el apasionado rostro y en las manos, enérgicas
y tensas, sujetando la cruz y la piedra con la que se golpea el pecho.
En esta extraordinaria efigie, recortada sobre
fondo oscuro uniforme, la pincelada suelta, rápida y golpeada, que modela el cuerpo y el
rostro del santo, es idéntica a la que se advierte en la Comunión de los Apóstoles
firmada en 1651, o en el San Pablo ermitaño de Ragusa, al parecer también de
1652.
Ribera ha llegado al extremo máximo de su
libertad, y sin renunciar a un uso de la luz, que se remonta al caravaggismo de los
primeros lustros del siglo, ha conseguido una imagen llena de vivacidad y rebosante de
luminosidad al modo veneciano
[ A. E. P. S.] |