Los sitios reales

La afición por las artes es uno de los rasgos más destacados de la personalidad de Felipe IV, rasgo principal heredado de su abuelo Felipe II, gran entusiasta de la arquitectura, que legó un conjunto de pequeños palacetes y residencias reales situadas en las proximidades de la corte. Eran lugares cercanos, a los que el rey podía acudir con frecuencia y en los que encontraba momentos de privacidad, descanso y diversión, paseando o cazando por sus bosques y jardines.

Algunos de ellos eran antiguos cazaderos ya utilizados en la época de los Trastámaras, como el del Pardo y el de Valsaín; el rey los mejoró y modernizó con gustos importados de los Países Bajos o Inglaterra que se convirtieron en rasgos característicos de la arquitectura de los Austrias. En Aranjuez se inició la construcción de una villa de ideal clásico, pero los esfuerzos estuvieron encaminados más a la ordenación de los jardines y a la canalización del río Tajo que a cuestiones arquitectónicas.

De todas formas, la gran herencia arquitectónica fue el monasterio de El Escorial, donde sobre la base de una rigurosa estructura, se realizaría un complejo programa que incluía, además de los palacios del rey y de la corte, la basílica, el convento, el colegio y la biblioteca. No es difícil concluir hasta qué punto los elementos característicos de cada uno de estos Sitios Reales (el jardín, el bosque, el patio, el agua, distribuidos por la sierra madrileña) no fueran precedentes de lo que, años después, Felipe IV construyera en el Palacio del Buen Retiro de Madrid.