Los matrimonios del rey
Introducción

Empresa difícil y delicada resultaba la de los desposorios de los príncipes y reyes. Felipe IV se casó por primera vez a la edad de 10 años con la gentil princesa francesa Isabel de Borbón (de 12 años). De esta unión nacieron dos hijos: Baltasar Carlos (1629) y María Teresa (1638). Pero en 1644 falleció la reina y, dos años más tarde, el príncipe heredero. La sucesión se convirtió en un acuciante problema de estado y el rey tuvo que pensar en un nuevo matrimonio. Eligió desposarse con su sobrina Mariana de Austria, prometida del malogrado príncipe. La boda se celebró en 1648.

Isabel de Borbón

Isabel de Borbón, hija de Enrique IV de Francia y María de Medicis, nació en Fontainebleau en 1603. Por razones políticas en 1612 se firmaron las capitulaciones de su enlace con el príncipe de Asturias, heredero de la corona española y futuro Felipe IV de Austria, dos años menor que la joven. Se pretendía así propiciar un acercamiento entre España y Francia, países tradicionalmente enfrentados,   acercamiento que no llegó a lograrse.

La boda se celebró con toda solemnidad en octubre de 1615 y seis años después, el 31 de marzo de 1621, se convertía en reina de España por muerte de Felipe III.

Mujer de gran belleza, inteligencia y jovialidad, gustó mucho de las fiestas bulliciosas, las comedias y los toros —a las que fue, como su marido, muy aficionada— y supo ganarse el aprecio popular. No puede decirse lo mismo de su relación con el valido conde duque de Olivares, de quien siempre desconfió y a cuya caída contribuyó decisivamente en 1643. Tuvo ocho hijos, pero sólo la sobrevivieron dos de ellos: el príncipe Baltasar Carlos y la infanta María Teresa, futura esposa de Luis XIV de Francia. Murió el jueves 6 de octubre de 1644 y fue enterrada en El Escorial.

Mariana de Austria

La prematura muerte del príncipe Baltasar Carlos, además del dolor para el padre, significaba un serio problema para el rey, obligado a asegurar la sucesión de la corona en su estirpe. Aunque ya pasaba de la cuarentena y poseía una salud delicada y vejez prematura, atendió muy seriamente sus deberes monárquicos contrayendo nuevas nupcias, con la idea de engendrar un heredero que rigiese sus dilatados dominios.

La elección recayó en su sobrina carnal, hija de su hermana María y del emperador alemán Fernando III, doña Mariana de Austria (1634-1696), de 13 años de edad. En noviembre de 1648 se celebra el casamiento por poderes, y ese mismo mes sale la comitiva regia desde Viena hacia Madrid. Un largo año duró el viaje, y la real pareja entró en el Buen Retiro el 4 de noviembre de 1649.

Al principio de su llegada la joven reina, de figura bastante hermosa, tez blanca, alegre y ocurrente, causó muy buena impresión tanto a los españoles como al maduro rey, que parecía realmente encantado de los atractivos moceriles de su cónyuge. No obstante, el rey, incorregible, volvió a sus devaneos amorosos, y la reina empezó una serie de alumbramientos malogrados que le quebrantaron la salud y el carácter. En vano trataron de distraerla y alegrarla con festejos y comedias en el Buen Retiro. Mariana, amargada comenzó un proceso de transformación y se volvió altiva, seca, reservada y solemne. Introdujo la etiqueta imperial en sus recepciones, y a sus lujosas galas sustituyeron la negra basquiña y las severas tocas de viuda, lo que le hizo adquirir más aspecto de monja que de reina. Mantuvo esta imagen hasta el final de su vida, a causa de la muerte del rey, acaecida en septiembre de 1665. Desde ese momento ejerció de reina regente hasta la mayoría de edad del príncipe heredero.

Aunque la unión resultó prolífica, sólo sobrevivieron dos hijos: Margarita, futura emperatriz de Alemania y el príncipe Carlos —Carlos II «el hechizado»—, en cuya precaria salud iba a quedar depositado el destino de la monarquía.