Corrientes religiosas

La religiosidad barroca, ostentosa y formalista, atenta a su manifestación exterior, tuvo en el desarrollo del culto a la Virgen y de los santos una excelente plasmación. La defensa del dogma de la Inmaculada Concepción se convirtió en una peculiaridad española, defendida oficialmente por los monarcas y por las autoridades. Frente al debate y la Reforma religiosa que hubo en el siglo XVI, se viven unos momentos de relativos acuerdos, triunfando la pedagogía tridentina, donde además de cuestiones disciplinares del clero, trata de incrementar la formación cristiana del pueblo y uniformar la liturgia. Las nuevas canonizaciones de santos españoles que habían vivido en el siglo anterior (Santa Teresa, San Francisco Javier, San Ignacio de Loyola, 1622) dieron lugar a una explosión de fervor religioso y nacional. El modelo de santidad barroca, que hacía hincapié en las virtudes ascéticas, y el culto barroco de los santos, dio lugar en ocasiones a verdaderos excesos, a pesar del control y la censura que ejercía la Inquisición, la cual, contribuyó con su singular pedagogía del miedo, a la cristianización de amplias masas de la población.