| El porqué del
Palacio El llamado siglo de oro coincidió con el reinado de Felipe IV, época en
que los reveses políticos y militares contrarrestaron el esplendor y desarrollo de las
artes. Como un grandioso espejismo surgió el conjunto palaciego del Buen Retiro: un nuevo
sitio de recreo, a las afueras de la ciudad de Madrid que, con sus fabulosas colecciones
artísticas y con sus no menos fabulosas fiestas cortesanas donde se daban la mano
la pintura y la literatura, la música y el teatro, el deporte y la danza, los fuegos de
artificio y otras algarabías más o menos populares, triunfó como residencia,
(recibió con frecuencia la visita ocasional o la estancia prolongada de los monarcas, su
séquito y visitantes extranjeros) y ganó en protagonismo a cualquiera de los otros
Sitios Reales. Amante apasionado de la pintura, la música, la danza y el teatro, el rey
Felipe IV, melancólico y poeta, no sólo se sirvió del nuevo Palacio para satisfacer sus
aficiones personales, sino para mostrar ante su corte y ante el mundo la magnificencia y
el poder de los Austrias españoles.

La elección del lugar
Cuando Felipe IV sube al trono en 1621, a pesar
de que cuenta con un magnífico palacio real (el Alcázar), recientemente ampliado y
adecuado, surge la necesidad de crear un escenario donde representar el sentimiento
barroco que ha caracterizado el comienzo del siglo. La nueva construcción real debe estar
situada en la ciudad, cerca del lugar de permanencia de la corte. Por su parte, la nobleza
madrileña ya se había construido sus villas suburbanas en los bordes del prado de San
Jerónimo, antiguo límite de la ciudad.
Este paseo tomaba su nombre del monasterio cercano donde, a su vez, los reyes tenían
unos aposentos que utilizaban en diversas ocasiones y, desde tiempos muy remotos, era
paseo predilecto de los madrileños. En el otro extremo, al oeste, se encuentra el
Alcázar, y más allá, cruzando el puente de Segovia, los terrenos de la Casa de Campo,
también Sitio Real desde la época de Felipe II. Los restantes sitios reales se
encuentran hacia el norte, en dirección a la Sierra de Guadarrama (Palacio de la
Zarzuela, Palacio del Pardo y Torre de la Parada).
Hacia el sur de la ciudad se encuentra el río Manzanares que impide el desarrollo
urbanístico en esta zona. Con esta configuración de la villa el enclave del nuevo
Palacio parece claro: no hay otra elección mejor que el prado de San Jerónimo, al este
de la ciudad. Es un asentamiento entre la urbe y el campo que adquiere un valor
urbanístico clave, pues configura la trama urbana al tiempo que cumple con los requisitos
barrocos de la ciudad ideal.

Situación geográfica del
Palacio
El Palacio del Buen Retiro de Madrid se
encontraba en el extremo oriental de la ciudad, en los altos del paseo del Prado de San
Jerónimo. Este lugar había marcado el límite de la villa hasta la construcción del
Real Sitio y, según los cronistas, era el paseo preferido de los madrileños, no se sabe
si por ser el único o por sus propias virtudes. Ya en 1598 don Pedro de Medina, autor de Las
grandezas y cosas memorables de España, halagaba dicho paseo: «Entre las casas y el
Monasterio hay a la mano izquierda en saliendo del pueblo, una grande y hermosísima
alameda, puestos los álamos en tres órdenes, que hacen dos calles muy anchas y muy
largas, con cuatro fuentes hermosísimas. Llaman a estas alamedas El Prado de San
Jerónimo, en donde en invierno el sol y en verano gozar de la frescura, es cosa de ver y
de mucha veneración, la multitud de gente que sale, de hermosas damas, de buen dispuestos
caballeros y de muchos señores y señoras principales en coches y carruajes».

Consecuencias urbanas
El Real Sitio del Buen Retiro, inaugurado en el
mes de diciembre del año 1633, modifica lógicamente el trazado y dimensiones de la villa
de Madrid. En primer lugar, aumenta su extensión en una tercera parte este dato es
muy importante porque se mantendrá así alrededor de 250 años, y el resultado es
una de las mayores intervenciones urbanísticas de la historia de la ciudad. La segunda
consecuencia es la dinamización de toda la trama urbana, pues los dos sitios reales se
encuentran en los extremos de la ciudad: el Alcázar al oeste y el Palacio del Buen Retiro
al este. Se establece así un curioso diálogo de poder entre ambos palacios, que traza un
significativo recorrido de ida y vuelta que atraviesa el corazón de la villa y corte.
La tercera consecuencia es la localización de las intervenciones más sobresalientes
en la ciudad sobre las inmediaciones de ambos palacios y, muy especialmente, en el prado
de San Jerónimo salón del Prado o paseo del Prado en la actualidad. Se
configura así la imagen de la capital del imperio de los Austrias, pues no se van a
realizar intervenciones urbanísticas de esta magnitud hasta la propia desaparición del
Palacio del Buen Retiro, momento en que se rompe la cerca y la ciudad se expande de nuevo,
ya en el siglo XIX, en los albores de la ciudad contemporánea.

Origen del Palacio
Cuando el conde duque de Olivares y Felipe IV
comienzan la construcción del nuevo Palacio, se encuentran con el llamado Cuarto Real
o Retiro de San Jerónimo lugar que los monarcas utilizaban por variados
motivos realizado por Felipe II y su arquitecto Juan Bautista de Toledo, adosado al
ábside de la iglesia del monasterio, y trasladado a este emplazamiento en 1503 tras la
autorización de los Reyes Católicos.
Con motivo de la jura al príncipe Baltasar Carlos, se inician unas obras de
acondicionamiento del Cuarto Real (1630), y una modesta ampliación cuyo fin es dotarlo de
nuevas habitaciones para la Reina; en 1632 se hacen los jardines contiguos a las nuevas
estancias y comienzan las obras de la galería de Toledo, donde se distribuirán las
habitaciones de los infantes. También se realiza en este año el primer pago para la
construcción de la ermita de San Pablo, accesible a través de un paseo arbolado que
forma eje con el jardín de la Reina. El proceso constructivo de un nuevo Palacio real
está en marcha, sin proyecto general ni concepto ordenador. Esta ausencia de intención
globalizadora dará lugar, desde el principio, a la continua demolición y posterior
conversión en elementos definitivos, así como a la yuxtaposición de los volúmenes que
irán configurando el conjunto.

Descripción del Real Sitio
del Buen Retiro
Concebido como sitio de recreo para la corte de
Felipe IV, el Buen Retiro constituyó un escenario idóneo para el cultivo y disfrute del
arte, y para protagonizar fastuosas fiestas que demostrasen al mundo el poder y la riqueza
de la monarquía española. El Palacio se presenta como una yuxtaposición de piezas
construidas en distintos momentos, ya que nunca hubo un proyecto general. Las
construcciones están siempre volcadas a los espacios exteriores, y éstos son los
auténticos generadores de la arquitectura. El lenguaje es sobrio y austero de cara al
exterior en el conocido como estilo severo de los Austrias y lujoso y
sofisticado en el interior. De hecho, no presenta una fachada palaciega, ni un eje de
simetría, ni entrada principal enfatizada, ni una relación con la ciudad a través de
sus volúmenes.
El lenguaje formal y los materiales guardan mucha unidad en todas las construcciones
que conforman el Sitio, incluidas las ermitas. El Real Sitio era de enormes dimensiones:
su superficie aproximada, cercada por una tapia, se calcula en diecisiete millones de pies
cuadrados; la superficie abarcaba grandes jardines que se caracterizaban por la falta de
trazados geométricos y de ejes de simetría, aunque sí había recorridos marcados por
cursos de agua o grandes paseos arbolados, todo ello salpicado con esas construcciones
semiocultas, tan únicas, que son las ermitas.

Los espacios del Buen
Retiro
El agua
El líquido elemento, en fuentes, fosos, ríos
artificiales, canales y estanques, constituía uno de los atractivos más placenteros de
los jardines del Buen Retiro. Resultaba indispensable que, en un palacio concebido como
una gran casa de campo, junto al deleite de los sentidos, producido por las colecciones de
arte allí reunidas, se pudiera disfrutar de una naturaleza amable y domesticada.
Entre los siete u ocho estanques con los que contaba el jardín, destacaba uno de ellos
por su enorme tamaño: el Estanque Grande que, aunque reformado, todavía se
conserva. Terminado en 1637, además de ser el gran atractivo de los jardines, constituía
un enorme depósito de agua de una compleja red hidráulica, necesaria para el
funcionamiento de las fuentes y otros artificios acuáticos, que resultaba indispensable
para el regadío de árboles y huertas. En él, además de organizarse excursiones en
barca, naumaquias o batallas navales entre flotas en miniatura y regatas, se construyeron
seis pescaderos desde los que se podían echar las cañas para pescar sus abundantes
peces.
Las albercas y estanques estaban conectados mediante canales, entre los que destacaba
el llamado Río Grande, concluido en 1639. Semejante red fluvial permitía la
navegación en pequeñas galeras construidas a imitación de las de verdad, o en
exuberantes góndolas traídas de Italia, como aquella docena que regaló ese mismo año
desde Nápoles, el duque de Medina de las Torres, y que causaron gran admiración por la
rica labor de oro, plata, bronce y cristal desplegada en cada una de ellas.
Las ermitas
Entre los atractivos de los jardines del Buen
Retiro, junto a sus estanques, arboledas y huertas, la leonera y la pajarera, los canales
y sus fuentes, debemos recordar que contaba con una serie de ermitas construidas en la
década de los treinta del siglo XVII. El proyecto no era novedoso, ya que los jardines de
la villa de Lerma, del monasterio catalán de Montserrat, o del Palacio de Aranjuez,
poseían conjuntos de oratorios y capillas, como los que se iban a construir en Madrid.
Su arquitectura no era muy rica, y al igual que en el Palacio predominaba el ladrillo
en los muros, la piedra en las molduras de puertas y ventanas, y la pizarra en los
chapiteles de los tejados; sólo la de San Pablo presentaba un aspecto más recargado, en
su fachada, al hacerse eco de modelos italianos, ya que el responsable de su construcción
parece que fue Giovanni Bautista Crescenzi. Sus interiores, más suntuosos, estaban
decorados con altares, esculturas y pinturas, y en la anteriormente citada estuvo colgado
el cuadro de Velázquez de San Antonio Abad y San Pablo Ermitaño.
No sólo eran lugares de culto retirado, provistos de su propio parque, para acentuar
el carácter romántico de los jardines, sino también focos de vida profana, donde se
celebraban reuniones, festejos, recepciones, banquetes oficiales o bucólicas meriendas de
campo. En la ermita de San Isidro, un estanque adyacente permitía la práctica de la
pesca; en la de San Juan, donde había una biblioteca, residía el alcaide del Palacio y,
en ocasiones, el conde duque de Olivares; en las de Santa María Magdalena y San Bruno se
organizaron meriendas y representaciones teatrales; la de San Antonio contaba con un foso
navegable, etc.

El Real Sitio de las Artes
El mecenazgo del monarca y su valido hizo del
Palacio del Buen Retiro un centro de creación artística en el que convergieron las
personalidades más importantes del siglo de oro español. Artistas de la talla de
Crescenzi, Cosme de Lotti, Juan Hidalgo, Zurbarán y Velázquez o escritores tan
representativos como Calderón o Quevedo tuvieron en este Palacio un magnífico marco en
el que desarrollar su actividad creadora, cuyo fin era deleitar los sentidos cultivando el
placer y la belleza de las artes.
Con un aspecto exterior sobrio, austero y discreto, su interior guardaba excepcionales
pinturas, esculturas, tapices, joyas y objetos decorativos en cantidades ingentes, en su
mayoría encargados y comprados entre 1633 y 1640, dentro y fuera de España. Otros fueron
regalados a Felipe IV por los miembros de la aristocracia. No obstante, la colección más
importante y numerosa fue la integrada por pinturas, gracias al interés coleccionista del
monarca, que adquirió unos ochocientos cuadros para el nuevo Palacio. El Buen Retiro
contribuyó sin duda a proclamar la gloria y la fama del soberano; pero su mecenazgo
artístico, entendido como un deber real y como un íntimo placer, hizo posible la vida de
este Palacio.

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