| La arquitectura en el
siglo XVII La construcción de El
Escorial en el siglo XVI representa la clave de la arquitectura española del siglo
siguiente. La severidad grandiosa, simple y monumental del clasicismo escurialense se
impuso como modelo obligado para cualquier obra arquitectónica futura de la época de los
Austrias. A la vez, sentó las bases del sistema de la organización de obras y realzó la
importancia de la figura del arquitecto, y de sus especiales relaciones con la Corona.
Los sucesores de Juan Bautista de Toledo y Juan
de Herrera mantuvieron el respeto y el prestigio de un cargo, cuya autoridad estaba fuera
de dudas. Además, afianzada la corte en Madrid (1606), los arquitectos reales
incorporaron a su oficio el de maestro mayor de las obras de la villa y se
responsabilizaron también de las emprendidas por la ciudad. Las tareas del arquitecto,
ingeniero, urbanista y gestor se funden: traída de aguas, fuentes y lavaderos públicos,
cercas y puertas, cárceles, hospitales, colegios, asilos, plazas, academias, edificios
para la amplia burocracia del Estado... Junto a ellos, la Iglesia, con su poder, inicia un
desarrollo arquitectónico insólito con sus propios arquitectos, frailes de distintas
órdenes que se dedicaban a trazar y dirigir la construcción de conventos, templos,
capillas y oratorios.
En la arquitectura civil se aprecia una
variada gama de realizaciones que van desde la arquitectura de carácter privado ya
sea doméstico, ya palaciego, de jardines y monumentos hasta una arquitectura
efímera, género que se convierte en el símbolo arquitectónico de la época y que
expresa la nueva sensibilidad social: así aparecían y desaparecían de la noche a la
mañana templos en las plazas, calles en los descampados o plazas en los jardines.

Madrid, ciudad barroca
Garantizada la capitalidad, con la vuelta
definitiva de la corte desde Valladolid (1606), Madrid podía embarcarse en un ambicioso
programa de obras públicas y privadas, destinadas a adecuar su imagen urbana a la
realidad de su importancia política.
La primera gran intervención fue la
construcción de una nueva fachada para el Alcázar, en manos de Juan Gómez de Mora, y la
plaza enfrentada a ella. Con esta importante obra que duró prácticamente todo el reinado
de Felipe III (1608-1621), la imagen pública del palacio oficial del rey, quedaría
expresada en la nueva y soberbia fachada barroca. Además, se firma un pacto definitivo
entre la Corona y la ciudad, y se apodera de la villa un espíritu renovador que
afecta a todos los estamentos: se monumentalizan los espacios abiertos la
construcción de la Plaza Mayor es buena muestra de ello; se construyen
importantes edificios públicos como la Cárcel de Corte o la Casa de la
Villa; se abordan importantes obras de infraestructura, como las traídas de aguas
del viaje de Amaniel; se levantan edificios de viviendas en el centro de la ciudad y, en
las afueras, palacetes de recreo.
El poder de la Iglesia llena el cielo de Madrid
de cúpulas, torres y espadañas y, para cerrar el ciclo, una nueva importante y
monumental intervención real, la construcción del Palacio lúdico y de recreo del Buen
Retiro, escenario idóneo para el cultivo y disfrute del arte del siglo de oro.
Dibujada por Pedro Texeira (1656), la ciudad
barroca muestra orgullosa esa imagen renovada y pujante de la corte de los Austrias, como
capital del Imperio y escenario del espíritu que invade la sociedad.

Los Sitios Reales
La afición por las artes es uno de los rasgos
más destacados de la personalidad de Felipe IV, rasgo principal heredado de su abuelo
Felipe II, gran entusiasta de la arquitectura, que legó un conjunto de pequeños
palacetes y residencias reales situadas en las proximidades de la corte. Eran lugares
cercanos, a los que el rey podía acudir con frecuencia y en los que encontraba momentos
de privacidad, descanso y diversión, paseando o cazando por sus bosques y jardines.
Algunos de ellos eran antiguos cazaderos ya
utilizados en la época de los Trastámaras, como el del Pardo y el de Valsaín; el rey
los mejoró y modernizó con gustos importados de los Países Bajos o Inglaterra que se
convirtieron en rasgos característicos de la arquitectura de los Austrias. En Aranjuez se
inició la construcción de una villa de ideal clásico, pero los esfuerzos estuvieron
encaminados más a la ordenación de los jardines y a la canalización del río Tajo que a
cuestiones arquitectónicas.
De todas formas, la gran herencia arquitectónica
fue el monasterio de El Escorial, donde sobre la base de una rigurosa estructura, se
realizaría un complejo programa que incluía, además de los palacios del rey y de la
corte, la basílica, el convento, el colegio y la biblioteca. No es difícil concluir
hasta qué punto los elementos característicos de cada uno de estos Sitios Reales (el
jardín, el bosque, el patio, el agua, distribuidos por la sierra madrileña) no fueran
precedentes de lo que, años después, Felipe IV construyera en el Palacio del Buen Retiro
de Madrid.

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