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La casa
El origen medieval de la villa de Madrid, imponía un trazado urbano sinuoso y laberíntico. Sobre éste se levantaban unas casas «dignas» de dos o tres plantas con buhardillas generalmente y con patio o corral, exceptuando las construidas «a la malicia» que eran de una sola planta. La planta baja era para el verano y la alta para los rigurosos inviernos madrileños. El frío y el elevado precio de las superficies acristaladas obligaban a reducir el tamaño de los huecos de iluminación y ventilación.
El frío amontonaba esteras en los suelos, y colgaba de las paredes y ante las puertas paños y tapices; llevaba las alcobas a piezas interiores sin ventilación directa y hacía vestir las camas con doseles de gruesa tela y colgaduras. Eran escasos los medios con los que defenderse del frío, que quedaban prácticamente reducidos a la utilización del brasero. La pieza fundamental de la casa era el estrado, el resto giraba a su alrededor. Estaba dividido hacia el tercio de su tamaño, por una barandilla de labrados balaustres de madera, a la parte mayor o la de cabecera se añadía la tarima, que era el espacio reservado a las damas y que estaba cubierto de cojines, su asiento habitual, ya que las sillas eran utilizadas por los hombres.
El estrado se adornaba de mesas con bargueños y aparadores, sillas, sillones fraileros y alguna jamuga de viaje. Los muebles eran de gruesa madera, generalmente de roble, reforzados con piezas y fijadores de hierro. Las mesas y escritorios se vestían con telas que colgaban hasta el suelo para guardar el calor del brasero en su interior. Aparadores en el comedor, bufetes, vitrinas y jofaina con jarro en las alcobas. Sobre las paredes, grandes cuadros oscuros, tapices con escenas religiosas, figuras de santos y cornucopias con candelabros que multiplicaban la tenue luz de las velas en sus espejos.
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