| Comentario
artístico del cuadro El lienzo formaba pareja con el retrato ecuestre de Felipe IV y, a su vez, ambos flanqueaban el de Baltasar Carlos, hijo de los soberanos y heredero del trono. El glorioso presente y el esperanzador futuro de la monarquía española presidían así el Salón de Reinos. Para representar a los miembros de la realeza, Velázquez eligió la modalidad áulica del retrato ecuestre y matizó con sutiles y elocuentes diferencias las respectivas funciones del rey y la reina. A ésta la pintó cabalgando a la española es decir, sentada de medio lado sobre un hermoso palafrén o caballo manso, especialmente adecuado para las damas por su docilidad y servidumbre, avanzando al paso, con ritmo lento y ceremonioso. El animal, de pelo blanco y largas crines onduladas, va ricamente enjaezado y cubierto por una espléndida gualdrapa, que compite en suntuosidad con el vestido de la reina. Es aquí, en la representación minuciosa de los tejidos, donde se advierte la mano de otro pintor. Al fondo, un dilatado paisaje serrano y un cielo nuboso subrayan la majestad de doña Isabel, al igual su elegante pose o el lujo de su vestimenta. Al cuadro original de Velázquez se añadieron posteriormente dos franjas laterales que ampliaban el tamaño del lienzo. Pueden apreciarse perfectamente en la reproducción esos añadidos. Para esta exposición se han suprimido, dentro del espacio virtual del Salón de Reinos, con el objeto de adaptarlos al tamaño original que tenía este cuadro en el momento de su confección. |