| Biografía
Don Gaspar de Guzmán, tercer conde de Olivares y primer duque de San Lúcar la Mayor,
nació en Roma en 1587, hijo de un aristócrata que se iba a distinguir por los servicios
prestados en la corte de Felipe II. A causa del fallecimiento de sus hermanos mayores se
quedó como heredero no sólo del título, sino de las aspiraciones cortesanas de la
familia. Estudió en Salamanca y al casarse con doña Inés de Zúñiga y Velasco, dama de
la reina, se retiró durante unos años a Sevilla hasta conseguir, en 1615, ser nombrado
gentilhombre de cámara del príncipe, el futuro Felipe IV.
La ascensión al poder fue lenta, pero desde su nombramiento como primer ministro del
nuevo joven rey, en 1622, alcanzó cuantas metas personales se había propuesto, contando
siempre con el apoyo incondicional del rey. El conde duque, hombre culto, trabajador
infatigable, de carácter enérgico y autoritario, tuvo verdadera vocación de servicio a
la monarquía, e intentó devolver a ésta el prestigio de los tiempos pasados. Con
verdaderos conflictos y dificultades en la política exterior, los primeros años de su
valimiento se saldaron en general de forma favorable, en contrapartida con una hacienda
exhausta y un país desmoralizado que terminó propiciando un levantamiento general:
Cataluña, Portugal y hasta Andalucía se rebelaron, lo que implicó su caída y el fin de
su valimiento. Murió, exiliado, en Toro el 22 de Julio de 1645.

La figura del valido
El valido o primer ministro, es aquel «que tiene el primer lugar en la gracia de un
príncipe». En un momento histórico en que el poder del rey es absoluto y totalitario,
pero con un monarca cuya personalidad está marcada por una naturaleza indolente, voluntad
débil y oscilante y sensualidad incorregible que le llevan a atender sólo de forma
esporádica los negocios de Estado, el poder del hombre en que recaen sus confianzas,
protección, su gracia y hasta sus propias responsabilidades, es igualmente absoluto. El
valido es el que verdaderamente marca los designios de la monarquía. Tras la imagen del
cuarto rey Felipe, D. Gaspar de Guzmán dirigía la política española con pasión, en
unos años difíciles los últimos del predominio mundial español
esforzándose por encontrar las respuestas justas que había que dar al desafío de la
decadencia.

El valido como mecenas
A diferencia de otros muchos nobles de su época, el conde duque fue un hombre
cultivado y admirador de las artes. Desde joven, durante los años pasados en Sevilla,
ejerció un generoso mecenazgo sobre poetas y artistas. Protegió a los miembros del
círculo formado en torno al pintor Francisco de Pacheco, y en la academia que se reunía
en su domicilio conoció al poeta Francisco de Rioja, quien se convertiría en su
bibliotecario particular. Olivares, reunió una de las mayores y mejores bibliotecas de su
tiempo, y siempre la consideró entre los más preciados de sus bienes.
Como mecenas y hombre culto, lo más importante que hizo fue traer a la corte del rey
al yerno de Pacheco, Diego Velázquez, que muy pronto consolidaría su puesto en palacio,
favorecido por un monarca que, al igual que su valido, sentía verdadera pasión por la
pintura. Entre sus mayores éxitos está el haber dado vida al Real Sitio del Buen Retiro,
que proclamó la grandeza de Felipe IV mejor que cualquiera de sus hazañas, ya que
ironías del destino fueron los pinceles de Velázquez y el Buen Retiro
los que proporcionarían a la monarquía esa gloria que Olivares no había podido alcanzar
con la política y las armas.

El valido como artífice
del Buen Retiro
Con motivo de la celebración de la ceremonia de la jura de lealtad al príncipe
Baltasar Carlos (prevista para 1632), el conde duque visita el Cuarto Real de San
Jerónimo para comenzar unas modestas obras de remodelación. Se inicia así un
proceso de transformación que en poco tiempo, dará lugar a la creación del Real Sitio
del Buen Retiro.
Desde un principio Olivares controló y administró las obras, y poseyó el
título de Alcalde del Retiro de San Jerónimo desde 1630; canalizó sus ambiciones
políticas y sus desvelos como hombre de Estado en la edificación de un nuevo sitio de
recreo para disfrute de sus reyes. Su diligencia en esta empresa política y constructiva
le permitió, en diciembre de 1633, entregar las llaves del palacio a los monarcas, que
procedieron a inaugurarlo con una celebración de varios días de duración, aunque
faltaba todavía algún tiempo para que el sitio adquiriese el esplendor y magnificencia
que hoy en día conocemos.
A pesar de Juan Bautista Crescenzi y Alonso Carbonell, superintendente y aparejador de
las obras respectivamente, el rasgo más característico y paradójico del sitio es la
ausencia de un proyecto arquitectónico global que ordene y unifique las distintas partes
del conjunto. Se debe atribuir la autoría a un conjunto de situaciones y circunstancias
orquestadas por la diligencia, entusiasmo y determinación del conde duque: el artífice
principal.

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