La cocina de los nobles

La abundante literatura de la época, nos enseña que no todos comían todos los días y que para muchos suponía una aventura diaria la posibilidad siempre remota, de algo con lo que llenar el estómago. Pero también sabemos que los que comían, lo hacían bien y copiosamente.

En Madrid, al hablar de cocina hay que separar dos bien distintas: una lujosa, de corte, no sólo de los palacios reales sino también de las grandes casas de nobles, y otra que sin llegar a la pobre cocina de los pícaros y trotamundos, era más popular, real y auténtica, de ella se habla en el punto siguiente.

En cuanto a la cocina de corte, una comida de celebración de treinta y cuatro platos era habitual, servida a modo de buffet renovado dos o tres veces. El plato estrella de la época era «el manjar blanco», especie de puré formado con harina de arroz, pechugas deshiladas de pollo cocido, leche como base, y yemas de huevo batidas como ligazón.

Con relación a las bebidas, el vino era el protagonista, mezclado con agua y combinando el tinto y el blanco en una mezcla llamada «la calabriada», también era normal que los vinos se sirvieran preparados con especias, cocidos o no, y azucarados. También eran frecuentes las bebidas compuestas de agua y miel —el hidromiel— composiciones en las que entraba la leche, el agua de rosas, de menta o de cebada. El refresco por naturaleza era «la aloja», bebida en la que intervenían frecuentemente las especias, sin alcohol y que se bebía muy fría, entre nieve...