Diego de Velázquez y su obra

Durante su etapa juvenil o de formación, que transcurrió en Sevilla al lado de Francisco Pacheco (1610-1622), Velázquez siguió los dictados del naturalismo tenebrista: realizó composiciones sencillas en las que imperaban los tonos ocres y cobrizos, y en las que se plasmaban aspectos de la realidad cotidiana mediante tipos y objetos populares (El aguador de Sevilla). Su traslado a Madrid, en 1623, y su ingreso en la corte de Felipe IV marcan una nueva etapa de su evolución, determinada por el contacto directo con las fabulosas colecciones reales de pintura. Esta circunstancia le permitió estudiar a los grandes artistas italianos y le impulsó a abandonar el tenebrismo en favor del colorido y la luminosidad de la pintura veneciana, y a tratar también temas mitológicos (El triunfo de Baco).

Su madurez llegaría, sin embargo, en la década de 1630, como resultado de su relación con el gran maestro Rubens y de sus dos viajes a Italia. Su técnica se hizo más suelta y ligera, sus tonalidades más claras y ambientales y sus composiciones más armoniosas, en las que logró efectos luminosos y atmosféricos que revolucionarían el arte de la pintura (Las Meninas y Las hilanderas). Velázquez pintó obras de todos los géneros (religioso, paisaje, mitológico, histórico), aunque destacan sus retratos de la familia real.