Madrid, ciudad barroca

Garantizada la capitalidad, con la vuelta definitiva de la corte desde Valladolid (1606), Madrid podía embarcarse en un ambicioso programa de obras públicas y privadas, destinadas a adecuar su imagen urbana a la realidad de su importancia política.

La primera gran intervención fue la construcción de una nueva fachada para el Alcázar, en manos de Juan Gómez de Mora, y la plaza enfrentada a ella. Con esta importante obra que duró prácticamente todo el reinado de Felipe III (1608-1621), la imagen pública del palacio oficial del rey, quedaría expresada en la nueva y soberbia fachada barroca. Además, se firma un pacto definitivo entre la Corona y la ciudad, y se apodera de la villa un espíritu renovador que afecta a todos los estamentos: se monumentalizan los espacios abiertos —la construcción de la Plaza Mayor es buena muestra de ello—; se construyen importantes edificios públicos —como la Cárcel de Corte o la Casa de la Villa—; se abordan importantes obras de infraestructura, como las traídas de aguas del viaje de Amaniel; se levantan edificios de viviendas en el centro de la ciudad y, en las afueras, palacetes de recreo.

El poder de la Iglesia llena el cielo de Madrid de cúpulas, torres y espadañas y, para cerrar el ciclo, una nueva importante y monumental intervención real, la construcción del Palacio lúdico y de recreo del Buen Retiro, escenario idóneo para el cultivo y disfrute del arte del siglo de oro.

Dibujada por Pedro Texeira (1656), la ciudad barroca muestra orgullosa esa imagen renovada y pujante de la corte de los Austrias, como capital del Imperio y escenario del espíritu que invade la sociedad.