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El estudio de Diego de Velázquez
A diferencia de lo que sucede con otros muchos artistas cuyos talleres sólo conocemos someramente a través de descripciones o referencias indirectas o que, incluso, son desconocidos, disponemos de una imagen muy completa del obrador de Diego de Velázquez. En 1656 el artista eligió este marco para ambientar una de sus obras más famosas, innovadoras y controvertidas: Las Meninas, también llamada La familia de Felipe IV. Ubicado dentro del Alcázar Real, como correspondía a un pintor de cámara del rey, el taller de Diego de Velázquez era una pieza amplia, bien iluminada, sin otro mobiliario que el imprescindible para su actividad artística y con las paredes repletas de cuadros entre los cuales destacaba también un espejo, objeto muy utilizado por los pintores para perfeccionar su conocimiento de la realidad, estudiar gestos y actitudes y mejorar las composiciones reflejadas en la superficie cristalina.
La paciencia de algunos estudiosos ha permitido identificar los dos grandes cuadros que cuelgan de la pared del fondo y que, al parecer, no eran obras del artista sino copias de su yerno y discípulo —Juan Bautista Martínez del Mazo— de sendas obras mitológicas de Rubens (Minerva y Aracne) y Jordaens (Apolo y Pan). Una pesada puerta de madera, con adorno de cuarterones, permitía el acceso a esta sala de trabajo donde el artista se recluía para concentrarse y dar rienda suelta a su creatividad. El habitual silencio queda roto en Las Meninas por la presencia de varios miembros de la familia real, sus criados y un dócil perro, todos ellos inmortalizados por el insigne pintor Diego Velázquez.
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