Origen
e introducción
del Salón de Reinos
El porqué del Salón

Gracias a los desvelos de Olivares, el Palacio del Buen Retiro se alzó y se decoró de tal manera que resplandecía con una luz cegadora apropiada a la grandeza de Felipe IV y al entusiasmo que sentía por su nuevo Real Sitio. Todo el recinto debía proclamar la gloria del soberano, aunque era preciso disponer de una sala destinada expresamente a tal fin, un ámbito en el que todos pudiesen constatar la magnificencia del rey, la resonancia de sus hazañas políticas y militares, la extensión de sus dominios, la ascendencia mítica de sus antepasados y el venturoso futuro que auguraba su regia descendencia.

El lugar elegido fue el llamado Salón de Reinos, una estancia dedicada primero a palco real y, posteriormente, a sala de trono, donde el monarca presidía las ceremonias y fiestas cortesanas; además, el rey pudo dar forma a un nuevo sueño: la creación de una galería pública de pinturas donde se plasmasen sus virtudes principescas, aquellas que proclamaban a los cuatro vientos la grandeza y la legitimidad de su propia persona y de la casa de Austria.

Construcción del Salón

La construcción del Salón de Reinos es paralela a la realización de la Plaza Cuadrada. Conforma el lienzo norte de la misma y pertenece al proceso de transformación de Casa Real a Palacio Real.

Se calcula que empezó a construirse a partir de junio de 1633, dentro de ese ritmo frenético que tomaron las obras a partir de mayo de este año con la incorporación de más de mil obreros, según descripción de testigos oculares. En el mes de julio sus fachadas estaban construidas, pues ya se podían colocar las cornisas en toda la plaza, así como las cerchas de madera de la estructura de la cubierta para comenzar a cubrir aguas a partir de agosto y hasta finales de septiembre; en octubre fueron colocados los balcones y pasamanos tanto del exterior como del interior.

Sin embargo, su decoración tardó algún tiempo en terminarse. Fue a lo largo de 1634 y principios de 1635 cuando artistas y decoradores se afanaron en el trabajo para que todo estuviese listo para su inauguración, programada para después de Pascua, aunque es el 28 de abril, a través de un despacho de Monanni, cuando se tienen noticias de que todo estaba terminado.

Arquitectura del Salón

Si se atiende a la planimetría y a su construcción, se puede observar que la crujía donde se enclava el Salón de Reinos es un rectángulo de unos 10 m de ancho por unos 80 m de largo (a haces interiores), dividida en ocho módulos cuadrados de 10x10 m; el Salón principal (el de Reinos) ocupa los cuatro módulos centrales y está flanqueado en sus extremos por dos salones iguales, que miden, cada uno, la mitad que el principal . En el eje de unión entre los laterales y el central se encuentran sendas cajas de escaleras, separadas y con puertas, que dan acceso a la pasarela-balcón de la entreplanta; esta pasarela  recorre perimetralmente el conjunto de los tres salones y sirve como unión física y visual a todo el espacio, al tiempo que da acceso a los balcones de cada fachada que conforman hacia el Norte, la Plaza Grande, y hacia el Sur la Plaza Cuadrada. Se configura así una sucesión de tres espacios diáfanos, unificados en la entreplanta y de ocho metros de altura.

La circulación y el punto de vista es central en la planta principal y lateral en la pasarela; permite la percepción global de todo el conjunto y se convierte en un espacio único, con dos fachadas y dos alturas de balcones que proporcionan una intensa luminosidad. Cada espacio está cubierto con bóveda de cañón plana de lunetos en los cuatro lados, y resulta variado en ejes, recorridos y puntos de vista.

El Salón de Reinos como galería pública de pintura

Al principio de su construcción el Salón tuvo un uso polivalente, ya que era utilizado como Salón de Trono, escenario de obras teatrales o lugar idóneo para fiestas y bailes; este Salón está concebido más como un espacio para albergar la colección pictórica que como pieza en la que se desarrolla una función determinada.

Lo que resulta innovador en las intenciones del rey, no es el hecho de hacer una colección de pintura —era usual en la época cubrir las paredes de los sitios reales con cuadros, de hecho el Alcázar contaba ya con la mejor colección de pintura de su tiempo— sino el hecho de crear un espacio arquitectónico diseñado para albergar una colección que también estaba especialmente diseñada y que fue realizada por encargo. Tras haber restituido la arquitectura del Salón de Reinos, y haber constatado la dialéctica inherente entre arquitectura y pintura, el estrecho sistema  de relaciones entre contenedor y contenido, se puede afirmar que este Salón es la primera galería pública de pintura construida en nuestro país con esa clara intención.

Además de contener la consabida colección, el Salón fue decorado espléndidamente: como nexo de unión entre arquitectura, pintura y símbolo, se pintaron, en los lunetos de la bóveda, veinticuatro escudos con la representación de los veinticuatro reinos que formaban el imperio español, todo ello bajo el asesoramiento artístico de Rojas Zorrilla y Diego Velázquez.

Idea y Cosmos en el Salón de Reinos

Una de las imágenes más utilizadas para exaltar la figura de Felipe IV fue la del Sol-Apolo. Por ello, al planear el Palacio del Buen Retiro, se plasmó en su centro, en el Salón de Reinos, un sutil tejido simbólico relacionado con el Sol. Se encargó a Zurbarán que pintase los doce trabajos de Hércules, que simbolizan los doce signos del Zodiaco. Al final, Zurbarán sólo pintó diez telas para que correspondiesen a cada uno de los ventanales de los muros norte y sur.

No obstante, el número doce, que hace alusión a los meses y los signos, está presente en la serie de los doce grandes cuadros de batallas que se encuentran en el mismo nivel de los Trabajos, y duplicado, en los veinticuatro escudos de los reinos de la monarquía, que figuran en la parte alta, donde arranca la bóveda, a la que sostienen como heráldicos atlantes. Cada batalla corresponde así a un mes o signo, y en cierto modo a un trabajo hercúleo. El número doce, igualmente, puede verse en las doce mesas de jaspe, de singular riqueza, que decoraban la pieza. Junto a cada una de ellas se erguía un león de plata, animal solar por excelencia, que volvía a emitir como un rugido, el número zodiacal.

De la misma manera que los doce meses se reducen a las cuatro estaciones, en los muros este y oeste se encontraban los magníficos cuatro retratos ecuestres, que personificaban tanto el pasado como el presente. Y así, como las cuatro estaciones se reducen a la unidad del año, podemos ver, como si fuese el Sol que asoma por el horizonte, el maravilloso retrato ecuestre del príncipe Baltasar Carlos, malograda esperanza de la monarquía y del futuro de la dinastía. Los vanos de los muros iluminan también el Salón con numerológica sutileza. Doce son los abiertos a pie de tierra: diez ventanales, en los muros norte y sur, y dos puertas en los perpendiculares. Entre estos vanos se encajaron las tres series de pinturas, como en la zona superior, la de los veinticuatro reinos. El número total de balcones y puertas es de veintiocho: acaso se quiere evocar de este modo el número de los días de la revolución lunar.