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Relaciones con Europa
A la llegada del nuevo rey y el cambio de régimen, los conflictos europeos se
multiplicaron, exigiendo una presencia activa en todos los frentes si se querían
resguardar los intereses, el prestigio y la reputación de la monarquía. Los conflictos
de la Valtelina, del Palatinado, la tensión con Inglaterra y Francia, y sobre todo la
guerra en Flandes, reanudada al finalizar la tregua de los Doce años, dibujaban un
panorama problemático.
Los primeros años se saldaron en general de forma favorable, 1625 fue crucial. A la
invasión francesa de Italia se respondió con el envío de una armada de socorro a Génova,
la guarnición holandesa de Bahía se rindió en Brasil, se rechazó un ataque inglés sobre
Cádiz y se consiguió una de las victorias más espectaculares del reinado, la toma de
Breda, plaza fuerte de Flandes. Pero los asuntos de Flandes e Italia se fueron
complicando y al final degeneraron en una guerra abierta contra Francia.
La hacienda española estaba cada vez más agotada, el país empobrecido, desmoralizado,
y el proyecto de Olivares de la Unión de Armas fue un fracaso, propiciando un
levantamiento de Cataluña y Portugal, con la consiguiente caída del Conde Duque en 1643.
Tras varios años de negociaciones se alcanzaba un acuerdo para Centroeuropa con la
firma del tratado de Westfalia. Pero continuaba la guerra con Francia, que retenía
Cataluña e impedía una acción decisiva contra Portugal. Por fin, en 1658 se firma la
paz de los Pirineos con Francia, y aunque supone la pérdida del Rosellón, la Cerdeña y
algunas plazas de Flandes, todo se da por bueno.
La toma de Lisboa resultó un fracaso, y tras la batalla de Villaviciosa la reunificación
de los dos reinos de la península resultó un sueño irrealizable.
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